En imágenes, lo que podríamos calificar de síndrome de Barrabás, el presunto criminal arropado por el pueblo. |
Hace unos días el diestro José Ortega Cano se puso fino y acto seguido cogió los mandos de su coche de alta gama. No puede decirse que por mala suerte, porque las probabilidades de que suceda una tragedia en las condiciones en las que el matador -por lo visto tocaba hacer horas extras, y esta vez no con animales- cogió el coche crecen exponencialmente. Tanto crecieron que se materializaron, y en un cúmulo de circunstancias aciagas, y ya lo decía el tocayo de apellido, que nada tiene que ver con él, el gran filósofo Ortega y Gasset, que "yo soy yo y mis circunstancias", y en este caso el "yo" de Ortega fue un inconsciente, un suicida-homicida, cuyas circunstancias eran una melopea considerable y un exceso de velocidad temerario, eso sí, montando el mejor caballo, un coche de alta gama que haría picadillo en un impacto directo a cualquier utilitario, y así es como segó una vida inocente. Hasta donde yo, y el Código Penal, que regula el homicidio imprudente y los delitos contra la seguridad en el tráfico sabíamos, lo que ha hecho el torero es digno de un alto reproche social. Pero hete aquí que estamos en España, el país de la farándula, de la Salsa Rosa, del Tomate, del Sálvame Deluxe y de andar por casa y de la madre que los parió a todos sin haberle hecho el favor a la humanidad de haber apretado las piernas en tan indeseable acto de traer al mundo toda esta basura y coprófagos que de ella viven. Y resulta de ello, inevitablemente que esa cofradía de imbéciles y botarates que viven de vidas ajenas, por lo vacías que están las suyas, del morbo y del sensacionalismo, y de dar contenido a tertulias intrascendentes de ignorantes marujas danzando alrededor del fuego primitivo del revistero de la peluquería (compadezco a los que tienen este oficio y sin quererlo se ven envueltos en los debates sobre el estado del corazón de estas marujas), va y se da cita a la puerta del Hospital en el que reposaba, ya fuera de peligro y con el alta bajo el brazo, el presunto culpable de un delito grave, y le aplauden, supongo que porque su vida llena de aventuras y desventuras -que sólo a ellos y a su despreciable audiencia interesan- sigue adelante, y por ende, dándoles de comer del pastel del corazón, que como dice Carlos Fisas, se dice del corazón, pero apunta más abajo; y sin embargo, la vida que ha segado a ellos nada les importa, no se trata de un torero, una tonadillera, una baronesa o duquesa, o alcalde corrupto, Lady Di, ni nada que pueda interesar a los cabezas huecas que les jalean, día a día, comprando revistas en las que ver casoplones imposibles, heredados de generación en generación, y mantenidos gracias precisamente al hecho de que el idiota que ve las fotos haya pagado por ello, supongo que soñando en tener algún día una casa como la que ve, y no dándose cuenta que para acercarse a ello, mejor estaría leyendo un libro o formándose, para por lo menos, tener mayores oportunidades, que perdiendo el tiempo ojeando esa revista; ó viendo programas de televisión en los que puede verse de todo menos un atisbo de dignidad humana, estando los que los conducen y en ellos participan para visita al psiquiatra, y el mismo diagnóstico le doy a quien los ve.
En algunos casos es hasta esquizofrénico el tema, algunos de los que hace un tiempo crucificaban -no sin razón en el reproche social- a Farruquito, porque era lo que pedía la indignada masa que hace de ingrediente fundamental y básico de la salsa rosa (creo que por rencor a no haber desvelado desde un primer momento una historia tan jugosamente mórbida), hoy impulsados por esa misma masa, aplauden al torero. Porque la salsa rosa es muy inestable, si se corta, te crucifica, si no, te puede elevar a los altares de los muy amados iconos de la farándula, y por los mismos o muy similares hechos deplorables.
Esperemos que la nube de estupidez que rodea a estos personajes, causada por el séquito que los rodea de señoras con rulos y batas -y cada vez más señores-, senadoras de barrio, y portadoras de la Justicia absoluta que mana del saber de los programas del corazón y la prensa sensacionalista, no influya en los órganos jurisdiccionales encargados de enjuiciar la conducta del torero, y que, como corresponde, y le pasaría a cualquier hijo de buen vecino en estas circunstancias, ejemplarmente acabe cumpliendo condena desde el lado de dentro de los barrotes, aunque ello suponga que sus seguidores de la vie en rouge, tengan que rasgarse las vestiduras, en un lamento que se haga digno hasta del mayor inocente condenado a muerte.
Por prevención general, y por poner en su sitio a toda la idiocia de la corte rosa, convendría una condena ejemplar. Pero esto, para bien y para mal, es España.