Uno ya no sabe si tirarse al tren o a la mujer del maquinista, si cortarse las venas, o dejárselas largas. Tras del gobierno y égida de la plenipotenciaria "princesa del pueblo" -será del suyo- Belén Esteban en Telecinco, que tiene rima consonante, el contagio de la televisión basura va a llegar a la Sexta. En el programa vespertino "Sé lo que hicisteis..." se llenaban la boca a base de criticar la frivolidad de la cadena amiga, de Telecinco, que carajo, por el culo te la hinco y luego lo cuento y trinco (a gusto me quedo), hasta tal punto de ser demandados por la competencia que consiguió sentencia estimatoria de sus peticiones de censura. Y ahora van los de la Sexta y quieren sacar nada más y nada menos que un programa -léase documental sobre fauna, sinónimo de ofender- sobre poligoneras, chonis, chatis o, lo que es lo mismo, chicas sin formación, de cabeza hueca, vestidas por el Bershka en atroz combinación con el rastrillo semanal, abre fácil entre las piernas y lenguaje soez, cuya mayor aspiración es seguir los pasos de la que es modelo y paradigma de la descripción vomitada: colaboradoras de programa de la telebasura, como la Esteban. "Princesas de Barrio", le van a llamar al programa, y de una cosa estoy seguro, las protagonistas tendrán barrio como todo el mundo (a salvo los pijales, que tienen urbanización, hay clases para todo), pero de princesas no tienen ni el parecido en lo blanco de los ojos (es lo que tienen las drogas de diseño, que inyectan los ojos en sangre y no las fabrican ni Dior ni Chanel, sino algún colgado en un sótano húmedo plagado de posters de Star Wars). Deberían regalar una visita al psiquiatra -o a bañarse en un pantano plagado de cocodrilos, seamos prácticos- a todo aquél que apele princesa a una de estas burdas clones emuladoras de la poca vergüenza y ausencia total de educación y saber estar que luce su más ínclita representante, la Esteban. Hay otro camino para que el nacido en barrio desfavorecido triunfe en la vida, de una manera sana y meritoria: a través del esfuerzo y la educación, pero supongo que es más fácil llevar las bragas -o mejor, tía, el tanga, dibujando arcos apuntados de catedral gótica sobre las lorzas del trasero- por encima de los pantalones, utilizar una jerga carcelaria al hablar, tener un novio (o varios, la monogamia es de puretas) caní, que así se denomina el macho de la hembra choni, sin oficio ni beneficio -más allá de ser la base de la cadena trófica del mercado de metaanfetaminas-, pero eso sí, con un carro tuning que te cagas en las mismísimas bragas (si es que las llevas), con más potencia de sonido que un Boeing 747, y, sin más aspiraciones que el llegar a tocar fondo en la decencia te lleve a los altares de la fama en un país que venera la escoria, o, al menos, a tener un trabajo de mierda que te dé para los cartones de vino del botellón semanal, amenizado por la discoteca móvil a la que tu novio le llama coche (o su equivalente en jerga de Alcalá-Meco). Aunque les queda una esperanza, liarse con Paquirrín para acceder de pleno derecho a la primera opción, la de los platós de programas del corazón, que, como dice Carlos Fisas, se dirán del corazón, pero apuntan mucho más abajo.
Concluyo: no pueden darnos más razones para apagar el televisor y ponernos a leer, pero aquí el que no es idiota es masoquista. Y algunos ambas cosas. Por mi parte, espero seguir sin cruzarme a menudo con Sus Altezas Reales del Barrio de Graffiteros y Tuneros. Como si no tuviera bastante ya con los perroflautas.