Puede que ahora se vuelva de fiesta sin oler a cenicero, pero mientras se está en los locales el bombardeo de pestilencias combinadas es impresionante. |
Uno de los efectos más terribles, imprevisibles e incontrolados que ha tenido la entrada en vigor y el inesperado respeto -¿ya somos europeos?- de la Ley Antitabaco ha sido el destapar la escandalosa falta de higiene de muchos de nuestros compatriotas que, a las pruebas me remito, antes se escondía tras la cortina del denso y oloroso humo de tabaco. Ya desde principios de año uno nota que, aunque el cambio ha sido beneficioso para que la ropa propia deje de adquirir el hedor a tabaco que era inevitable en cualquier visita a locales de fiesta, pubs, discotecas, restaurantes, bares, y demás familia, no ha sido tan positivo para la propia pituitaria como debía presumirse, porque aunque la ropa propia no adquiera olores, la ajena del que no se lava con la frecuencia debida, y que antes veía amortiguados y disimulados sus efluvios por el humo del tabaco, ahora emite pestilencias a las aletas de la nariz ajena, intactas y plenas, de asquerosos matices a sudor y ponzoña, cuando no a la terrible mezcla de esos mismos sudores con colonia barata de pack de entrada de supermercado, evolución rebajada del Varón Dandy de toda la vida. Algunos que nos duchamos absolutamente todos los días -llámenme loco- gastamos además un dineral en buen perfume y desodorante, casi por obligación del trabajo que se desempeña debajo de un traje, corbata y camisa de manga larga -haga frío, calor, o fuerte marejada-. No es para exigir esto, ni mucho menos, creo que basta con ducharse todos los días. Además, que la ropa no huela a humo no quiere decir que esté limpia, como parece presumir más gente de la debida; tras su uso normal, no está de más que la pasen otra vez por la casilla de la lavadora. Sugiero.
A ese olor a humanidad, se añade además, una vez caído el telón vaporoso del tabaco, el hedor que descubrimos que desprenden los cuartos de baño, sobre todo en las salas de fiesta y pubs de cierto tamaño. Lo peor es constatar que el olor, y lo que es peor, su causa, siempre ha estado ahí, lo que ocurre es que el fuerte olor a humo de tabaco hacía que pasase desapercibido. Vamos, que podíamos estar patinando sobre mierda, pero con la pituitaria y los pudores tranquilos, nariz que no huele, garganta que no genera arcada.
Y no acaba ahí el "gas hostilero" -me permito el mal chiste de unir hostil por el gas, y hostelería, por el lugar en que se da, sabrán perdonarme estas licencias-, otro de sus componentes es el olor a fritanga en los locales en los que se cocina, y que, hasta entonces confundían las emisiones de sus fogones con el humo de los cigarros de los clientes. Ahora queda al descubierto la evidencia de unas garrafales deficiencias de ventilación en esas cocinas, que normalmente al filtro de fibras de la campana extractora le añaden otro de generación espontánea formado por aceite y grasa mantecosa, que obstruye al que en origen había de ser efectivo. Ayuda también a este componente de origen alimentario del gas que respiramos en nuestras hosterías la ancestral costumbre que tenemos en Todas las Españas de arrojar al suelo (antes junto con las colillas, ahora solos y sin disimulo odorante) los desperdicios de comida de nuestros pinchos y tapas, tales como conchas de almejas y mejillones, huesos de costillas y alitas, palillos y pinchos, y por supuesto las aceitadas servilletas con las que nos ayudamos para comer raciones y tapas y para limpiarnos -solo algunos, no olvidemos que hoy la cosa también va de cerdos erguidos- justo antes de colaborar con el hormigón de desperdicios que se forma sobre el piso y alrededor de las bases de los taburetes de la barra.
Un ingrediente más a tener en cuenta, y que por lo común aparece a última hora en los locales de fiesta, es el resultado de aflojar algún parroquiano el esfínter con el fin de que el gas que todos sabemos que tiende a expandirse de forma molesta, encuentre libertad en la atmósfera, saliendo de la opresión de las claustrofóbicas paredes del intestino grueso. Quizá no ayudaría mucho que se fuesen al excusado a soltar el recado espía -el conocido "pedo espía" es el que no suena pero huele que apesta o aquél enmascarado en el ruido ambiente que inhabilita las alarmas sonoras que acompañan el acto de agresión etérea- porque ya hemos dicho que los baños son fuente colaboradora de la atmósfera apestosa, pero al menos se concentra la densidad maloliente en unos puntos más concretos e identificables.
Iba a pedir un poco de civismo e higiene, pero olvidaba el país en el que nos encontramos, en el que se pueden ver ídolos de masas tales como Torrente -y todos sabemos que el castizo macho español no es solo un personaje de ficción-. Bastaría con que se añada una disposición adicional a la Ley que regule la limpieza de los locales -aunque normativa al uso ya existe-, imponga el uso de ambientadores [sic.], evitando, a poder ser incienso y pachuli, que son muy empalagosos y no me avisarían de la presencia de perroflautas, y, porque no se puede obligar a ello ex lege, por ser una medida invasiva, pero sueño con que todo el mundo se duche -al menos- una vez al día y lave la ropa antes de que se convierta en semoviente y huya por sus propios medios del cubo de la colada. Pero prefiero no dar sugerencias al legislador, que con lo metomentodo que anda, lo mismo nos sacan la Ley Sobre la Metrosexualidad y Esteticismo Obligatorios, con el correspondiente Reglamento de Desarrollo sobre Lavarse Detrás de las Orejas.
2 comentarios:
Jajajajaja, dilecto Roberto, sencillamente brillante. Me quito el cráneo (aunque lo mismo te retiran saludo y entrada en algún local "de infarto"). Un abrazo.
Muchas gracias Javi (veo que me sigues leyendo con muy buenos ojos, jeje). No creo que me retiren el saludo, pese a los olores, sigo siendo un buen cliente, resignado a la peste, pero bueno al fin y al cabo.
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