Esta tarde cuando volvía empujando la burbuja de mi mundo de nuevo hacia el curro (porque oiga, cómo no va a haber tanta gente en paro si a algunos nos hacen acaparar tantas horas) me topé casi de bruces con un galgo. La imagen era dantesca, las costillas eran meras perchas de una piel que algún día fue blanca, y hoy es gris ya no de suciedad, de desgaste, con tal falta de pelo que el tono gris tiende a rosa en las partes en que las calvas se hacen más prominentes, y satinada de rojo donde heridas han conseguido minar el otrora lustroso pelaje del pobre animal. La cara era un poema y miraba con los ojos resignados con los que mira un animal que ha pasado de la adoración de un amo al que le brinda las presas de caza, al desprecio absoluto no sólo de ese amo que rechaza la obligación de alimentarlo y cuidarlo cuando termina la temporada de caza, o cuando no rinde ya lo que se espera de un perro considerado mera herramienta para un hobbie, desprecio que se exporta al resto de la sociedad que de manera indiferente permite este tipo de conductas deplorables.
No es el primero que veo, es más, ya son demasiados, en lo que llevo por estas tierras castellanas, pasan de largo la veintena los galgos abandonados que he visto vagando durante una temporada por las calles, hasta que, seguramente algún servicio pagado por la bolsa pública, los retira de la decoración urbana -por lo poco decorativos cuando llevan un par de semanas pasando hambre, y algún coche o desaprensivo les ha regalado una buena cojera- y dejan de aparecerse de vez en cuando y de cuando en vez por callejas y callejones, seguramente además de dejar de aparecerse, hayan dejado de respirar, y con ayuda, me temo. Es curioso que se les vea al límite de la inanición pero que jamás hagan ni el más lejano intento por atacar a una persona, si no por rabia, ya por simple hambre e instinto animal de supervivencia. Son mucho más nobles que nosotros, nosotros pagamos su fidelidad y entrega con el abandono, ellos en vez de venganza y rabia, nos devuelven simple resignación y lástima -para los que nos quede un mínimo respeto por la más noble de las especies animales-. Por eso, más que "él nunca lo haría", lo mejor para las campañas en contra del abandono animal serían un "Él debería de hacerlo", el abandonar a amos interesados solo en tanto en cuanto les reporten un beneficio concreto, si lo hicieran a tiempo se evitarían muchos sufrimientos, pero no pueden, son fieles hasta morir, y a eso les lleva su fidelidad. Ya lo dijo Schopenhauer:
La conmiseración con los animales está íntimamente ligada con la bondad de carácter, de tal suerte que se puede afirmar seguro que quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona. Una compasión por todos los seres vivos es la prueba más firme y segura de la conducta moral.
Y también el propio filósofo describió lo que ven los ojos del galgo que me he encontrado esta tarde, ya que dijo que el hombre había hecho de la Tierra un infierno para los animales. El que bien me conoce sabe que ni soy un sentimental, ni mucho menos un ecologista, pero vamos a ver, que esto que les hacen a estos perros ya es de hijos de la gran puta. A los autores de estos abandonos les deseo sinceramente que, cuando lleguen a la vejez, sus hijos les traten igual que a esos perros que ya no sirven al fin para el que fueron adquiridos, y los dejen abandonados del todo, ni residencia ni gaitas templadas. Porque cabe preguntarse ante la falta de humanidad de ciertas conductas ¿quién es el "perro"? Entre tanto, ayudaría tremendamente a que no me vuelva a encontrar otra estampa semejante el que se fueran atragantando mortalmente con los huesos de las perdices, que, fieles y confiados, los galgos les tienden en sus bocas, en días de alegres cacerías de estos amos que se dicen amantes de la naturaleza, y esto debe de ser porque, como el del anuncio, iban para hombre, pero se quedaron en mono, y perdonen esta licencia los monos.