Soy un cosmopolita, y cada día un poco más. Y cuanto más cosmopolita me vuelvo menos entiendo y más gracia me hacen los nacionalistas. Iba hoy en avión desde el Aeropuerto de Valladolid al de Barcelona, leyendo un libro de José Enrique Ruiz-Domèneq titulado "Europa". No se escornó con el título pues precisamente de este nuestro continente habla el libro, y más concretamente de su azarosa historia. En un punto, el autor se definía como cosmopolita, apartándose de todas esas tesis nacionalistas que tan en boga están actualmente. Y me hace gracia como definía a los localistas: "¡Mi Catedral es mejor que la tuya!", eso a un leonés como yo, le toca de lleno, cuantas veces no lo habré dicho, y andando el tiempo pensado, y andado aún más descartado, porque te das cuenta de que, también en el arte, ciertas comparaciones son odiosas, y basadas en la ignorancia, y de ello me di cuenta cuando conocí otras como las de Notre-Dame de París, la Sainte Chapelle, la de Reims o la de Amiens -y odio reconocer que, pese a la cercanía a mi residencia actual, aún no conozco la de Burgos-. El nacionalismo es otra forma de localismo a mayor escala, subjetivo y basado, en una gran parte en la ignorancia de lo ajeno (y de lo ajeno al miedo hay un paso, el miedo a lo desconocido, y en palabras que titulan una gran obra que también alumbra el tema, de Tsvetan Todorov: "El miedo a los bárbaros" -los otros, en griego antiguo-, y en el resto se basa en el egoísmo: quiero lo mejor para mi y los míos, y los demás, que se jodan -hablando en plata, y plata es lo que mueve en gran parte al nacionalista-. Es curioso que sea la solidaridad entre los pueblos, además del arte y la cultura, lo más grande que haya alumbrado Europa, y que unos pocos idiotas, la desprecien de la manera que lo hacen. Por poner un símil náutico, estos son de los que si se hunde el barco en el que viajan gritarían: a los botes, los nacionalistas primero, luego las mujeres y los niños de estos, y después el resto que se arreglen como buenamente puedan. Por obras como estas que he nombrado, y por muchas otras, cada día estoy más convencido de que el nacionalismo es el camino de los cortos de vista, los egoístas o los carentes de personalidad, mundo y vivencias. No en vano, el nacionalismo se cura viajando, que decía alguien más entendido que yo.
Venía masticando estas cosas en la cabeza, y un chicle en la boca -después de decenas de vuelos me sigue aterrando volar, y para no desgastar esmalte mastico chicle-, cuando en el trayecto desde El Prat a Plaza Cataluña, mirando a uno y otro lado, sólo veía que banderolas colgando de las farolas con un mensaje "t'rias" la te en rojo y el resto en negro, en alusión al candidato de CiU a la alcaldía de esta hermosa ciudad que es Barcelona. Nacionalista él. Y me ha salido un juego de palabras cuando el demócrata que llevo dentro ha ganado al cosmopolita que duerme a su lado, y me he dicho -o les he dicho a ambos, que son yo-: "No seas malo, no t rías".
También, por reconocer en mi recorrido de esta tarde alguno de los lugares del periplo del autobús barcelonista sobre el que celebraba ayer el título de Liga el F. C. Barcelona -merecido, este sí, todo hay que decirlo- se me vino a la mente el cartel que encabezaba la expedición: "Llorca al nostre cor". Muy bien, hay que estar con los damnificados por una terrible tragedia, eso les honra, aunque más les hubiese honrado suspender las celebraciones en tan funesto momento, porque poner ese cartel y bañarlo con champán, gritos y jolgorio... en fin, no es el tema que me ocupa, aunque sí me preocupa. ¿Llorca? por favor, y luego son los nacionalistas los primeros que se soliviantan cuando les cambian el nombre, recordemos a Carod Rovira reivindicando su Josep Lluís aquí y en la China popular. Al nacionalista -que seguro que lo era- que escribió la pancarta habría que recordarle un detallito: Lorca es Lorca, en Lorca, en Barcelona y en la China Popular.
Ahora que arrasa la globalización, algunos están por invertir en grupos de bailes regionales y política lingüística excluyente... allá cada cual, así nunca saldremos del pozo en el que estamos, pero los jerifaltes de los partidos nacionalistas, en tanto en cuanto no cambie la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, que no cambiará porque necesitamos su concurso para ello, seguirán siendo los primeros que beban del caldero que sale de ese pozo. Y los demás, lo dicho, que se jodan y se las arreglen como buenamente puedan.