lunes, 14 de febrero de 2011

Low cost

Es lo que se lleva, y, por no ser menos -o más- he sucumbido a las mieles de una aerolínea 'low cost'. Que lo barato sale caro es una sentencia que lleva iluminando el refranero español desde que el Mar Muerto todavía estaba enfermo. Y no falla. Como uno ya está curado de espanto, y ya había sufrido a Ryanair yendo a Londres, iba bien preparado, habiéndome estudiado las medidas del equipaje de mano, que, por cierto, parece ser que han reducido -y que después de gastarme 100 € en un trolley nuevo que las cumpla, seguro que vuelven a reducirlas justo cuando tenga que viajar con ellos otra vez-, llevando los líquidos en sus recipientes transparentes de menos de 100 ml. y en bolsa hermética de plástico transparente, como manda Bruselas -señora más exigente que mi madre, si cabe- con todo bien organizado para no montar una escena digna de barra americana, haciendo molinetes con el cinturón, en el check-in, nada metálico en los zapatos, para no pasar la humillante obligación propinada por el segurata de turno de tener que pasar el arco descalzo, con pantalones de los que me aprietan más que sobrarme, por aquello de no pasar el arco además de descalzo, con los pantalones por los tobillos, que ya sería rizar el rizo de la humillación pública, que me río yo del sambenito de llevar la bragueta bajada al lado de esto. Da igual, por muy previsor que seas, en el avión van más seres humanos, que serán tratados como procede, como clientes 'low cost', perdón ¿dije seres humanos antes? me corrijo, transporte de animales vivos; y de algo estoy seguro, a muchos de ellos no les daba tanto respeto coger esta aerolínea como a mi. Porque hay que ser gilipollas, o más gilipollas que la media, al menos, para no saber donde te metes, o saberlo y meterte a torear cual Manolete. 
Ya en Valladolid, entra uno con su minimaleta en la terminal con tiempo de sobra, y observando un poquito lo que se ve es que toda la gente que por allí se esparce espera tu mismo vuelo. Bien, algunos derrochadores, infieles de los dogmas 'low cost', hacen el sacrilegio de facturar maletas al margen del equipaje de mano, ahí van quince euros, y otros quince, qué barbaridad, parecen decirse telepáticamente los auténticos usuarios 'low cost'. A veces no queda más remedio, porque yo iba para tres días, que si vas para cuatro o tienes otro armario en Barcelona, o todo no te entra en la maleta de playschool que te dejan facturar. Pues nunca falla, una vez que abren el control de seguridad, siempre hay algún valiente que quiere entrar con un maletón, y entra (bastante le da al segurata de la puerta, que le apreten los 35 € de rigor y aquí Paz y después Gloria, suban de una en una y vayan sentándose). Y es que los ves, paso firme y mentón altivo, avanzando con su maleta que es dos veces -o más- la tuya, impertérritos hasta que llegan a la altura del control de acceso, donde una amable y guapa azafata, o en este caso un calvo feo (y ya verán cuando entre en vigor la Ley de Igualdad de Trato), le dice que no, que por ahí con eso no pasa sin aplicarle los 35 €/35 libras -muerto el cambio de moneda, se acabó la rabia-, y el tipo siempre alega "Pero si da la medida", y solícito el empleado se acerca e intenta ceñir un cartón con las medidas autorizadas al maletón. Para qué, las cosas notorias no necesitan prueba en derecho, y todos los cosufridores de la cola íbamos mirando de reojo el maletón de caballería acorazada, rodeada de nuestras maletitas de infantería, y se masticaba en el ambiente un pensamiento "dónde irá ese pierde misas con semejante maletón". Que más que un trolley era un trailer.  Pues, todos lo vemos menos el caradura del propietario, y eso retrasa la cola, en la que ya llevas media hora, y por ende, el avión, lo que dura la discusión que suelen ser unos cinco minutos. Resultado, avión con media hora y cinco minutos de retraso, aunque no sé para qué tantas prisas, total para subir a una cabina en la que no tienes escapatoria (salvo el suicidio, que es harto complicado cuando en el control de seguridad no te dejan pasar armas ni líquidos peligrosos, eso sí, en el viaje de vuelta de Barcelona a nadie le inquietó que un guiri que llevaba delante llevara una cadena de cinco quilos del cinto al bolsillo trasero. Vamos que el tipo para ir al baño tenía que tirar de la cadena antes y después), cabina en la que te bombardearán cada cinco minutos en la hora que dura el viaje con ofertas de productos libres de impuestos, precocinados mal cocinados, bebidas -incluidas las alcohólicas, dado que el caso Melendi parece no haber sentado precedente-, lotería, cigarrillos sin humo -que carajo si uno se puede acostumbrar al café sin cafeína, la comida sin sal y azúcar, la cerveza sin alcohol...- y si te descuidas te venden hasta el chaleco salvavidas, sin aire, por supuesto, si no son 10 € a mayores, y al que tenga quejas al maestro armero, que pregunte a Pascal o Galileo si el aire pesa o no pesa, y bastante es que no lo vendan al peso. 
En Barcelona, al volver, el retraso fue ya de una hora, pero yo ya sabía a que atenerme, y los sillones de El Prat son muy cómodos, y con un libro en las manos se me hizo menos tedioso esperar, lo malo es que, aunque sepan que te van a tener de pié media hora, llaman a embarcar mucho antes de que llegue el avión, y eso ya se hace pesado, aunque también me hubiera encantado esperar mucho más si llego a saber que quien se me va a sentar al lado va a recrearse en especificaciones técnicas de los posibles accidentes que se pueden tener con un avión tanto en su tránsito en tierra como cuando despega, se mantiene en el aire y aterriza, sólo se calló la boca cuando con tono de poder estrangularlo con el cargador de mi móvil (único arma permitido en el equipaje de mano, mucho más inocua, dónde va a parar que mi bote de gomina, custodiado en bolsa transparente, trasvasado a recipiente también cristalino y revisado minuciosamente para poder acompañarme en mi periplo aéreo), le hice notar que él también viajaba en el avión del que estaba hablando, y que no se han documentado casos de que se sobreviva a un accidente aéreo por haberlo descrito antes, y, puedo asegurar que, de irse a dar el caso, yo pondría de mi parte para que ahí "El Protegido", no se fuese de rositas sin una hostia como un campano. 
Pues eso, y en resumen, aquí cada vida vale en lo que está asegurada y, en su defecto, el nominal del billete que de derecho a su transporte de un punto A a un punto B, y puestos a partir de A, que se vayan A tomar por culo, con sus restricciones, sobreprecios por cualquier cosa y retrasos justificados sólo por exprimir sobremanera los viajes de sus aviones, yendo y viniendo durante todo el día sin casi descanso en cada aeropuerto, que no sé ni cómo les da tiempo a repostar, que, dan ganas de comprarse un paracaídas, aunque como habría que facturarlo a bodegas por pasar de las medidas, de poco iba a servir, salvos los 35 € a pagar a mayores. 
Si calculo las horas de espera y desvelos, el transporte desde el aeropuerto a Barcelona que son otros 5,50 € y soportar en el asiento de al lado de un bus a un italiano hiperactivo, con un tono de voz que enmascaraba el aterrizaje cercano de los aviones y que antes de ponerse a hacer un extraño baile en el pasillo con el que explicaba a sus amigos alguna anécdota estúpida acaecida en la expedición de maleducados a la carbonara a la Ciudad Condal, captaba nuestra atención y los restos de nuestro asco con un eructo, a ello le sumo el metro de Plaça Catalunya a Gràcia... entre tiempo y dinero, casi sale más rentable irme en tren, que son siete horas, pero tienen la costumbre de salir a la hora, no ponerte restricciones de equipaje, más allá de lo razonable, poder llevar el portátil encendido sin contravenir normas de navegación aérea, y con un bar que no va sobre cuatro ruedas, empujado por un camarero/azafato que se las ve y se las desea para decir chapata de jamón (así lo lee, pero así lo dice: asapatta di gamoo), que ya nos vale, ponerle semejante nombre al sempiterno bocadillo presente en todo avión... mira que somos joputas, pobres guiris; serán los cabrones de la RAE, Pérez-Reverte en cabeza, que seguro que odia a los aviones y a las azafatas, a los españoles y a los extranjeros, y le encanta la jota, la letra y el baile, y en el jamón de marras, mejor si son cinco, por ejemplo. Por no hablar de no tener que pasar la aceptada vejación que es un control de seguridad de aeropuerto. Aunque ya se van acercando cuando de alta velocidad se trata. Debe de ser que los terroristas no son de coger el ALSA. Hasta para eso hay clases, y se entiende, algún día les contaré mi trayecto Valladolid-León en autobús con un japonés con diarrea sentado al lado. Memorable episodio de la épica del transporte de viajeros en España (y seguro que del Japón, que allí no comen tanto ajo).  

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