martes, 9 de noviembre de 2010

El fin no justifica los medios

Quién diría que Maquiavelo no ha sido el mentor de
algunos de los políticos de nuestra historia reciente.
Nos sorprendía una entrevista publicada ayer en el País hecha por Juan José Millás a Felipe González, en la que el líder socialista espetó que "Tuve que decidir si se volaba a la cúpula de ETA. Dije no. Y no sé si hice lo correcto". Con esto el expresidente del Gobierno parece desvelar dos incógnitas que parecía iban a mantenerse ya para siempre, tras el procesamiento de los cabecillas de los GAL, o quizá de las cabezas de turco, visto que esta afirmación de su máximo dirigente de entonces abre la veda a especulaciones sobre hasta dónde alcanzaba la responsabilidad de cada cual, y hasta que punto están pagando los verdaderos culpables, o los culpables últimos de aquellos vergonzantes episodios. Al margen de especulaciones, lo que está claro tras la afirmación del expresidente González es que, él conocía la existencia de una política antiterrorista paralela a la oficial, que incluía el uso de la violencia de manera ilegítima y fuera de los mecanismos habilitados por el Estado de Derecho, y que no sólo conocía este hecho, sino que, si nos atenemos al tenor literal de su frase, era el encargado de decidir sobre cuestiones tan espinosas como conservar la vida u ordenar la muerte de la cúpula de ETA, como si de un Emperador romano que presencia los juegos se tratase, y si tocara señalar con el pulgar hacia arriba, condonando la vida, o hacia abajo, condenándola definitivamente. Decidió González perdonar la vida  a los máximos dirigentes de la banda asesina, y áun se pregunta si hizo bien. Sus motivos para el perdón no fueron los que se pudiera presumir de ajustarse al Estado de Derecho y no responder con la Ley del Talión en la mano, sino que simplemente quiso evitar un conflicto diplomático con Francia, que por aquél entonces no tenían tan estrecha colaboración con nosotros en materia terrorista. Al final la decisión fue la correcta, pero los fundamentos no eran los esperados. Por mucho asco que nos den los etarras, el Estado español jamás deberá colocarse a su nivel, convirtiéndose en asesino de asesinos, pero asesino al fin y al cabo, sino que debemos perseguir a los terroristas sin tregua, pero ajustándonos siempre a la Constitución y a los dictados del resto del ordenamiento jurídico, es lo que no separa de las sociedades sin civilizar, lo que nos separa de la barbarie, y lo que nos distingue, precisamente, de seres como los terroristas. Aún con todo lo anterior, Felipe me sigue pareciendo un político de primera, y con la inteligencia que les falta a sus sucesores, y además, realiza la entrevista entre calada y calada de un cohiba, como guiño a lo políticamente incorrecto. Veremos a ver qué piensan de todo esto Vera, Barrionuevo, Amedo, Domínguez, Galindo y demás familia, porque algo pensarán.

Ha coincidido la perla del expresidente con la publicación de las memorias de otro expresidente, este de los Estados Unidos, George W. Bush Junior, obra autobiográfica en la que justifica abiertamente el uso de la tortura por parte de sus soldados, siempre en el marco de la consabida guerra contra el terrorismo, lo cual no deja de ser, a su vez, y no separándonos de la argumentación dada de convertirse en asesino de asesinos, terrorismo de Estado. Ni siquiera llama a la tortura por su nombre, sino que denomina a métodos de interrogatorios excluidos por los convenios internacionales y todas las legislaciones nacionales de países desarrollados, como el submarino y similares como "interrogatorios fuertes". Él cree que la historia le justificará por haber no sólo permitido, sino también fomentado estas técnicas de interrogatorio, consideradas por él necesarias, pero encuadrables sin duda en la definición de tortura, siendo la tortura precisamente algo contra lo que se supone luchaba la primera potencia de la democracia, los derechos humanos y las libertades públicas... o esto ya es sólo historia.

Quizá en tiempos del florentino Maquiavelo el fin pudiera justificar los medios, pero en nuestro tiempo, en que disponemos de armas y políticas efectivas dentro de la legalidad para diezmar el terrorismo, lo que no se puede es caer en la trampa de saltarse las normas del sistema a voluntad precisamente para combatir a los que luchan contra el sistema. ¿Quién lo debilita más, quien lo ataca directa y abiertamente desde fuera, o quien lo mina de manera encubierta desde donde más vulnerable es?.

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