Karl Marx hablaba de alienación por el trabajo, y ni en eso atinó su comunismo, lo que hay es devoción [sic.] al trabajo. |
Que el tiempo es dinero, u oro, en un lenguaje menos prosaico, es algo que venimos oyendo todos desde los tiempos en los que el Mar Muerto todavía estaba enfermo. El tipo de interés, precio del dinero, siempre va referido a un tiempo, aunque sea el tiempo presente, como en un cambio de moneda, pero mejor lo vemos en la fórmula de la capitalización, lo que vamos a obtener o a pagar por un dinero es el resultado de aplicar al capital y al rédito el tiempo. Nuestras nóminas a fin de mes no son más que conjugar un precio con el tiempo efectivo (e ineficiente muchas veces, sobre todo en esta patria nuestra, de jornadas interminables y productividad poco menos que inversamente proporcional a las mismas) de trabajo que desempeñamos.
Partiendo de que el tiempo es dinero, los seres humanos se lo estamos consagrando, colocando nuestro tiempo en el altar de los sacrificios colectivos, fomentando una hecatombe de dimensiones globales y castigando el tiempo de ocio con el aumento del de negocio, eso sí, maquillando esta flagelación con el eufemístico recurso de la conciliación, que algo he leído por ahí de ella, pero aún no nos han presentado.
Ahora estoy de vacaciones, y me pesa la conciencia, porque mi tiempo se está convirtiendo en dinero, pero no produzco absolutamente nada. Hasta ahí la alienación del trabajo. Pero darle vueltas a esta idea me ha dado qué pensar. Los humanos hemos desarrollado fórmulas del aprovechamiento del tiempo que nos pasan desapercibidas, pero que conviven con nosotros a diario. En mi viaje de León a Barcelona en tren hotel me he percatado de que algunos de los usuarios eran yuppies (ni más ni menos que yo, si no estuviera de vacaciones), a los que sus empresas montaban en este tren en el que dicen que se puede dormir, y yo lo pongo en duda, y así sin más dilación, los tienen un día trabajando en Valladolid hasta la hora de cenar y al día siguiente se plantan a las ocho en Barcelona para algún acto o contrato relacionado con el giro-tráfico de su corporación (que bien vendría recordar de vez en cuando, como hacía conmigo un compañero, que no es "nuestra" corporación, que es la empresa para la que trabajamos, cuestión de orden de prioridades y jerarquías que no es baladí, hasta ahí llega el influjo de las palabras utilizadas).
En una sociedad cada vez más laica y secularizada, y no lo digo yo, lo dice hasta el Santo Padre, hemos retirado de los altares a la religión y hemos colocado el trabajo y la carrera profesional. A día de hoy la mayor preocupación del ciudadano de a pié ya no es salvar su alma y evitar el descenso de la misma a los avernos, su mayor preocupación, y una vez más no lo digo yo, lo dicen las encuestas del CIS, el sanedrín de la demoscopia, es no perder el empleo e ir a engrosar las filas del paro, que son poco menos los herejes de nuestro tiempo. La ansiedad que tengo vista en buenos amigos -y a pesar de ello buenos trabajadores- que se han quedado sin empleo después de años trabajando, no es una ansiedad pasajera y coyuntural, es una ansiedad perentoria y trascendente, poco menos que equivalente a la preocupación por el destino del alma que atenazaba a los creyentes de las otrora omnipresentes religiones.
Somos fieles a la empresa (y yo el primero), nuestro credo es el mercado laboral, y los sacramentos expiatorios vienen a ser la conciliación de la vida familiar y laboral, ave María Purísima, y la responsabilidad social corporativa, que en la antiquísima empresa del alma, desaparecida por fusión por absorción, se llamaba caridad.
Deberíamos obtener fórmulas, y también tengo leído que ya existen, para reducir el tiempo de trabajo al necesario, y evitar momentos improductivos de "mirar para el sol" que dirían los jubilados de mi pueblo, flexibilizando las jornadas y pudiendo destinar más tiempo para una real y necesaria conciliación, porque, empleado feliz, produce por dos (o más).
Y a la vista de lo anterior, y de cómo está el patio de luces, que más parece de oscuridades, desde luego, un servidor de usted, no se puede quejar.
0 comentarios:
Publicar un comentario