Uno se pasa muchas horas a la semana en la carretera, por obligaciones laborales la gran mayoría, y por gusto un porcentaje muy reducido de las mismas. Dichas obligaciones laborales lo mismo me tienen recorriendo carreteras de tercera, cuando no caminos de cabras de ruta por los alrededores de mi centro de trabajo, y en otras ocasiones me hacen internarme en grandes ciudades como Madrid, o en menos imponentes, pero muy concurridas, en lo que al tráfico rodado se refiere, como Valladolid.
El caso es que imbéciles al volante te los encuentras por doquier, y vayas donde vayas (ponte bragas). Hay costumbres de terceros conductores (y contra ellos por algo tengo el seguro, que cualquier día se me cruza el cable), que me sacan de mis casillas, una es la extendida costumbre de utilizar las luces de posición en situaciones en las que el Código de Circulación te obliga a usar las de cruce. Las luces de posición sólo tienen una función -totalmente en desuso- que su propio nombre indica. El que el vehículo se encuentre en movimiento, excluye de por sí su uso. Por algo alumbran menos que un cirio de dos semanas en la Parroquia de turno, ite, misa est. Pues eso, que no se ven lo suficiente como para hacer la conducción segura, con el coche circulando en condiciones de falta de visibilidad, sea entre el ocaso y la salida del sol (¿ves el Sol por alguna parte? No. Pues pon las luces -de cruce, se entiende- gilipollas). Te contestan con el que "si todavía se ve de sobra", "ese que acaba de pasar no las lleva", etc. Atrevida es la ignorancia, de las normas, y de la gravedad de las consecuencias de no atenerse a algunas de ellas. Y la ignorancia de la Ley no exime de su cumplimiento, lo que me lleva a la conclusión de que deberían enchufarse más multas por esto, y menos por gilipolleces varias.
Otra mala costumbre que me hierve la sangre, no menos extendida -incluso por ciertos lugares, es pandémica- es la de no utilizar las intermitentes nunca, salvo en el caso extremo de que con su uso equivocado podamos provocar un accidente absurdo. Una de dos, o están todos -junto con los usuarios generalizados de las luces de posición- por ahorrar energía de cara al cambio climático, o la imbecilidad cotiza al alza por nuestras carreteras.
Otra costumbre menos relacionada directamente con la seguridad vial, es la de pegar pegatinas de flores en la trasera del coche. Pero lo indirecto de esa relación comienza a tambalearse desde que le tengo oída una teoría a una amiga "cuidado con todos los que llevan esas margaritas pegadas en el coche, tengo comprobado que son un peligro al volante". Carajo, me dije ¿qué tendrá que ver el tocino de fabada con la velocidad?, pero resulta que tras el preceptivo período de observación, prueba y error (con más errores casi que pruebas), me cercioro de que la teoría era cierta.
Luego están los que se han bajado por internet la música más sórdida del mercado -e incluso, por mala, música extracomercio- y sabe Dios por qué razón han llegado al convencimiento de que a todo el resto de usuarios de la vía pública le han entrado unas apremiantes ganas de escucharla, y, en un arranque de solidaridad desinteresada, bajan las ventanillas, con independencia de la temperatura exterior, y regalan decibelios en fuego graneado y a discreción. Suelen coincidir los perpetradores de esta difusión musical con aquellos sujetos que se gastan un 75 % de la nómina en maquear sus coches/naves espaciales. El otro 25 % he deducido que va para la droga que les hace ver que tiene sentido la soberana estupidez de maltratar un coche diseñado por ingenieros, especialistas de diseño y acorde a la estética del momento, consiguiendo que sea tan irreconocible como posible el que pasen una ITV con él en esas condiciones. Cuando el dinero es de papá, y no de la propia nómina, ya no hace falta la droga, la estupidez viene de serie y es heredada.
Por último, pero no como final de estas subespecies de conductores suicidas-homicidas (que prometo ampliar en un futuro), cabe mencionar al dominguero, ese ser que una vez cada semana, como mucho, coge el coche, y sale a la carretera a la aventura, y tal es la aventura que no sabe por dónde va, circulando a la velocidad constante de 70 km/h (redúzcase proporcionalmente si el sujeto supera los 60 años, pese a conducir Mercedes, Audis, BMW's, etc.), vayan por autopista, por pueblo, o por donde el ocio les lleve. Eso sí, tras estorbarte un rato, y cuando los vas a adelantar, les sale el rockero rebelde que llevan dentro, y te prueban que lo de cero a cien en seis segundos, no es broma, y claro, poco puede tu utilitario frente a eso, a no ser que el transformer vuelva al modo dominguero, y le pilles desprevenido (no es muy complicado, jamás miran por el retrovisor). Tienen estos, además, una costumbre de lo más insoportable, la de pegarse a la matrícula trasera de los camiones, sin intención alguna de adelantar, por supuesto.
Uno no es, ni será nunca Fernando Alonso, y todos infringimos normas y nos vemos sometidos a los peligros inherentes a la carretera, pero lo que no puede consentirse alegremente es que esos peligros los cree la estupidez y la desidia.
En diez minutos cojo el coche, seguro que el viajecito me daría para otro artículo entero.
2 comentarios:
que razón tienes salao. Te faltó incluir a los "listos" que adelantan y no vuelven al carril de la derecha, interrupiendo a los que van más deprisa que ellos y aunque des las largas, la cosa no va con ellos. O los que adelantan por la derecha... pero eso será otro artículo no?
sí, la carretera da para mucha literatura, y ni con un libro entero se abarcaría todo lo que puede uno encontrarse en ella, además de los dos que has dicho, me vienen a la mente: la señora que se maquilla en el semáforo mirándose en el espejo del parasol y obviando que el semáforo ha cambiado de color un par de veces, sin temblarle el pulso de la mano que aferra la barra de rimel, por muchos pitidos que reciba; el caballero que lanza el contenido del cenicero por la ventanilla llenando de colillas la luna del coche que le sigue (una variante es el peligroso cleanex lanzado por la misma ventanilla y que ondea peligrosamente hasta posarse en el centro del campo de visión de la luna del coche que va detrás); el tipo/a que tras aparcar abre la puerta por el lado de la carretera sin mirar, como queriendo cometer el absurdo de ponerle con ella la zancadilla al coche que circule por la vía adyacente; y así podríamos estar días.
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